sábado, 25 de junio de 2016

Tejado.Remansos.El viejo almacén de libros.Antonio Domínguez Caamaño

Tejado

El tejado era un tapiz de musgo y mugre, aleatoriamente distribuidos. Era sostenido por una casona de piedra, entre cuyos recovecos, había cien años de historia. Las ramas de los eucaliptos lo acariciaban cuando hacia viento, y el ruido del roce se asemejaba a una risita histérica, como si aquel tejado sintiera cosquillas.
En el centro exacto de aquel tejado se hallaba la trampilla de madera que lo comunicaba con las entrañas del hogar. Esa frontera entre lo cotidiano y lo onírico, se abría todos los días al atardecer, y como si de su ciclo vital se tratara, una mano casi de cuero se aferraba a las ancianas tejas, y se encogía en cuanto entraba en contacto con la húmeda superficie. No tardaba mucho en dibujarse una figura humana en aquel tejado. Una figura que se antojaba fantasmagórica a los ojos de los caminantes que pasaban junto a la casa, pero que era del todo ajena a esas miradas inquisidoras. El se sentía así mas cerca del cielo, de aquella acuarela azul que emanaba ese olor tan primitivo, ese placebo para sus males. Describir lo que hacia allí no llevaría mas de dos líneas, pues no se dedicaba mas que a ser, cosa bastante difícil para cualquier persona, pero que a el se le daba de maravilla si estaba encaramado a su atalaya, lejos de la gente que le hacia lamentarse por el mero hecho de existir. A veces se preguntaba si en ese mismo momento habría mas figuras como el, encaramadas a otro tejado, de otro pueblo, o quizás ciudad, siendo como el era, sin mas tarea que esa...su mente corría tan rápido que casi siempre le era imposible seguir su ritmo, y adecuar las constantes de su cuerpo a sus pensamientos. Era tal la cantidad de situaciones que imaginaba que acababa por sentirse terriblemente abrumado, pero el olor a leña quemada, el aire cargado de mar, y los retales de algunas novelas radiofónicas que venían de las casas contiguas, se llevaban súbitamente aquella sensación que tan incómoda le resultaba.
Abrió los ojos, y aquella estampa había desaparecido, ya no sentía la humedad en su espalda, ya no olía el salitre, ya no oía la radio de la casa de al lado..."despierta" -se dijo, y prosiguió dando aquella conferencia sobre la bajada de los tipos de interés en el auditorio de una ciudad que no era la suya, en un país que no era el que le vio nacer, pero esta era su terapia para seguir pensándose vivo, y no una víctimas más de la masa de gente que desprecia su pasado en pos de una existencia al borde de la locura, que ellos consideran la mejor.