El
regreso (
de Franz Kafka) Praga, 27 de marzo. Un librero de Praga, conocedor de
mi pasión por los autógrafos de escritores célebres, me ofreció
en venta el borrador (inédito) de un cuento de Franz Kafka. Tiempo
antes yo había leído su obra El Proceso; dicha lectura me había
simultáneamente hastiado y entusiasmado. Por eso quise hacer una
rápida traducción del manuscrito, seis páginas de apuntes en
alemán, antes de pagar el elevado precio que me pedía el librero.
El Regreso, título que se lee en la parte superior, es el rápido
esbozo de un cuento que Kafka no quiso o no tuvo tiempo de
desarrollar. Un agente de seguros, el señor W. B., quiere emprender
un largo viaje de negocios por Bohemia, debiendo dejar sola a su
joven esposa en la casa de campo,situada a unos cien kilómetros de
Praga. Le disgusta mucho dejarla porque se han casado hace poco y
están muy enamorados, pero el deber y el interés le obligan a
partir. Dicho viaje debía durar un mes y medio, pero por diversas
causas, que Kafka no hace saber, el señor W. B. se ve obligado a
permanecer ausente por espacio de dos meses. Finalmente llega el tan
deseado día del regreso; aproximándose la noche desciende en la
estación más cercana a su morada, en la estación le aguarda una
carroza pedida por telegrama; ha realizado buenos negocios y está
contento, pero más que nada está contento al pensar que al cabo de
tanto tiempo podrá abrazar a su buena y hermosa María. Llega
finalmente a la puerta de madera de su jardín. Ya es de noche. El
jardinero sale a su encuentro llevando un farol. Mirando a su
alrededor todo le parece nuevo,aunque nada ha cambiado. El viejo
perro blanco lo reconoce y le hace cabriolas; la vieja criada que le
sirvió desde la niñez está a la entrada de la puerta, le sonríe,
le da la bienvenida, le ayuda a quitarse el grueso capote negro
especial para viajes. -¿Ninguna novedad? - Ninguna, señor. -¿Y la
señora?- Baja en estos momentos. En efecto: por la escalera de haya
que conduce a la planta alta desciende una mujer que saluda
alegremente al señor W. B., pero éste, cuando la mujer está cerca,
hace un movimiento de estupor y- en lugar de abrazarla camina hacia
atrás sin decir palabra. Aquella joven señora, vestida de
terciopelo, no es su María, no es su esposa. María es morena,
mientras que ésta tiene los cabellos de un color rubio ceniza; María
es de mediana estatura y algo redonda,mientras que ésta es alta,
delgada. Ni siquiera los ojos son los mismos: la desconocida que
pretende abrazarle tiene ojos azules clarísimos, casi grises,
mientras que los de María, oscuros y ardientes, se parecen a los de
una mujer criolla. Y, sin embargo, esa señora lo llama por su nombre
con voz acariciadora, le pide noticias acerca de su viaje y de su
salud, toma una de sus manos y le atrae hacia sí, lo besa con labios
cálidos en ambas mejillas. El viajero es incapaz de articular una
sola palabra, le parece que en lugar de entrar en su casa ha
ingresado al mundo de los sueños; le agradaría que alguien lo
despertara. Pero, todo es allí normal excepto la nueva mujer: la
casa es siempre la misma, los muebles son los mismos que dejó al
partir, el jardinero, dejadas las maletas, aguarda órdenes de la
dueña de casa, la sirvienta trata a la desconocida como si fuese la
señora María e incluso el perro se mueve por allí lamiendo las
manos y ladrando como acostumbraba hacerlo con su verdadera ama. ¿Qué
había sucedido?, ¿por qué ninguno de los presentes, excepto él,
se da cuenta de que aquella mujer no es su María?
Siempre
en silencio, el señor W. B. sigue a la desconocida, suben por la
escalera de madera y entran
en la cámara conyugal. También allí está todo igual que antes. La
cómoda de María es la misma, con sus frascos y demás cosas bien
conocidas por él; los vestidos de María cuelgan en el mismo
perchero, su retrato, el de W. B., está en la misma mesita de la
esposa. La nueva María se aprovecha de su turbación para abrazarlo
y besarlo en la boca, y él siente que el perfume es el mismo, bien
conocido, exótico e intenso, aun cuando el cuerpo sea
diverso.-¿Estás cansado? - le pregunta la mujer -. ¿Quieres
reposar un poco antes de bajar para cenar? Me parece que estás
extraño, muy cambiado. ¿Por qué te muestras tan frío conmigo, que
te estoy esperando desde hace tiempo?, ¿te sucedió algo
desagradable?, ¿no te sientes bien?, ¿quieres beber un sorbo de tu
licor preferido?, siempre tuve a mano la botella para tu regreso...-
No necesito nada - logra decir, finalmente el señor W. B.-.
Solamente querría descansar un poco y reflexionar sobre lo que está
sucediendo No lo puedo comprender. Déjame solo por un momento.- Como
quieras - responde dulcemente la mujer. Voy a la cocina para vigilar
que la cena esté apunto. Hice preparar los platos que más te
agradan. Estrecha su mano, le sonríe y sale del cuarto. El señor W.
B., vestido como había llegado, se tiende en el lecho presintiendo
que se aproxima una especie de vértigo. No logra darse cuenta de la
inaudita aventura que le está sucediendo. En su aturdimiento no es
capaz de hallar una explicación satisfactoria. ¿Qué había
sucedido? Durante aquellos dos meses de ausencia, ¿se habría
transformado él hasta el punto de no reconocer más a su amada
esposa, o tal vez, aun cuando nadie se diera cuenta, su María se
habría cambiado enteramente dejando de ser como antes era?; u otra
hipótesis aún más absurda y pavorosa: ¿la verdadera María habría
sido sacada de allí por la fuerza, quizás hasta asesinada, contando
con la complicidad de la servidumbre, y otra mujer a la que nunca
había visto pero que tal vez lo amaba, habría ocupado el puesto de
la primera?Todas estas suposiciones le parecieron igualmente
infundadas, y procuró hacerlas desaparecer de su mente. Pero, por
más que hiciera trabajar a la fantasía no lograba hallar
explicaciones más naturales y convincentes. El señor W. B. no era
un romántico y no sentía simpatía ninguna por los relatos de
Holffmann y de Poz. Finalmente prevaleció en él el buen sentido:
decidió no hacer caso de nada y adaptarse, por lo menos en las
apariencias, a aquella incomprensible situación. Aceptaría y
recitaría su parte en la comedia, tratando a la desconocida como si
fuera en verdad su María. Tal vez, pasando el tiempo y con una tenaz
observación, llegaría a descubrir la verdad. Esta resolución calmó
su excitación, pero no mitigó la intensidad de sus pensamientos.
Cuando la falsa María entró otra vez en la habitación matrimonial,
el señor W. B. se levantó del lecho y vio brillar una nueva
esperanza: en la penumbra le pareció que era ella, la que había
dejado al partir. Pero, sólo por un brevísimo momento; luego, era
la desconocida, la intrusa. Logró ser dueño de sí mismo y la tomó
del brazo, comprobando con estupor que aquel brazo,tibio a través de
la tenue manga, le recordaba el de María, y tanto que casi sintió
remordimiento. La nueva esposa se mostraba afectuosa, solícita,
alegre, elegante, como la anterior. Ahora, la experiencia que pensaba
hacer le parecía menos difícil, menos pavorosa. Bajaron juntos para
ir a cenar...Ahí concluye, y de un modo brusco, el escrito de Kafka,
y no es posible imaginar el fin de tan enigmática situación, cosa
que, por lo demás, está conforme al singular ingenio de ese
escritor. Aún cuando el cuento no estuviera completo, pagué con agrado las doscientas coronas pedidas por el el librero