miércoles, 3 de agosto de 2016

La mosca trufera.Remansos.El viejo almacén de libros.Antonio Domínguez Caamaño

La mosca trufera


He permanecido largas horas observando los alrededores de una hermosas encina en un claro del bosque. Una fina llovizna ha caído potenciando los aromas de la tierra impregnando el aire de un denso perfume de vida. Aguzo la vista para tratar de localizar a mi objetivo, la mosca trufera.
Esta puede aparecer en cualquier momento con cierto aire despistado tratando de disimular sus verdaderas intenciones como un mafioso que se sintiese vigilado. Vuela de forma errática bajo la espesa fronda de la encina. En un instante ha debido percibir los para mi olfato inalcanzables efluvios de alguna trufa. Se posa, mira hacia los lados y al no ver a nadie comienza a excavar en la tierra como si de un cerdo o un perro trufero se tratase. Progresa en la excavación del agujero y se introduce un poco en la tierra, inesperadamente varias congéneres suyas se abalanzan sobre ella para intentar disputarle la trufa recién encontrada, pero ella sin pensarlo dos veces extrae su cuerpo del hoyo y se enfrenta a las dos intrusas en defensa de su hallazgo, se han peleado durante unos momentos y consigue poner en fuga a sus rivales que salen huyendo en busca de otras trufas menos disputadas.
Como para el deleite gastronómico que preparo solo necesito una trufa y  mi amiga la mosca acertó a la primera, dejo el lugar desde donde he asistido a la disputa y me acerco al punto de excavación de la mosca, con cuidado he ido cavando alrededor del agujero iniciado por la mosca hasta localizar una pequeña trufa, removiendo cuidadosamente la extraigo y vuelvo a tapar el hueco. La guardo en una bolsita de algodón y encantado por mi hallazgo regreso al pueblo dando un gratificante paseo.
En la cocina de mi casa he dispuesto todos los ingredientes para preparar un capricho gastronómico. Tiene encima de la mesa una terrina grande, el molinillo de pimienta, un  cuenco  con sal marina, una copa de armagnac y la trufa bien lavada y cepillada y un hígado de pato de setecientos gramos.

En un cuenco grande de loza vierto la copa de armagnac y la trufa cortada en tiras. Mecho el hígado con las tiras de trufa maceradas lo coloco cuidadosamente en la terrina, lo baño con el armagnac y le doy unos pases con el molino de pimienta, lo cubro con la tapa cubierta de papel aluminio, espero que repose dos horas. Tengo el horno encendido a 150º introduzco la terrina y la dejo en el horno durante 20 minutos. Transcurrido el tiempo establecido la saco del horno, la dejo enfriar en la cocina. Por la mañana he salido de casa y paseando por las calles dormidas llego hasta la panadería, compro un pan de payés y con él bajo el brazo vuelve a casa relamiéndome anticipadamente.


Escojo en la bodega una botella de Contino del 87, lo descapsulo, limpio el gollete y extraigo el corcho. Corto el pan en rebanadas, lo tuesto en el horno. Dispongo la mesa con un mantel blanco de lino crudo, un cesto con el pan caliente, una copa para el vino y la botella de Contino.Con el hígado en una fuente corto unas cuantas lonchas y las coloco en un plato grande. Con un cuchillo tomo un trozo de hígado y lo unto en una rebanada de pan, lo contemplo durante unos instantes y a continuación muerdo la tostada y el sabor profundo del hígado, del armagnac, de la trufa inundan mi cerebro a través del paladar. Bebo un trago de vino y por unos momentos me olvido del mundo.